Tierra sin hombres

 

Un gran fresco realista a la altura del mejor Torrente Ballester

 

Una historia, basada en hechos reales, que se enmarca en la Galicia de finales del siglo XIX y principios del XX, en una aldea cargada de supersticiones y de habladurías, lluviosa, pobre, donde las mujeres ven cómo sus hombres han de emigrar en busca de una vida mejor, un sueño que a veces se cumple y otras, se vuelve contra todos....

 

Con una cadencia de olas llegando a la orilla, lenta, suave, hipnótica, Inma Chacón recrea en Tierra sin hombres el mundo de la Galicia rural de principios del XX, un mundo desaparecido con tintes de tragedia griega, de fuerzas telúricas que conspiran contra los habitantes de una tierra tan misteriosa como bella. Con descripciones y personajes dignos de la mejor novela del XIX, Inma Chacón bebe de la tradición de un Pérez Galdós o una Pardo Bazán y crea un fresco realista con tintes naturalistas, incorporando sin estridencias todo el saber, las técnicas y el tratamiento de personajes desarrollado en el siglo XX. Así, el lector de Tierra sin hombres no dejará de identificar desde las primeras páginas de esta obra el tono, el ambiente, los personajes y los paisajes por los que transitan Los gozos y las sombras del gran Torrente Ballester.

Es de destacar la magia que destilan las descripciones del paisaje gallego;la niebla, la lluvia, los bosques, los acantilados ventosos, las playas solitarias envuelven a los protagonistascomo un manto que condiciona su vida y sus emociones y se convierten en un elemento fundamental de la novela.

Chacón observa la realidad a través del análisis psicológico de los personajes, mostrando siempre una profunda ternura por ellos, a pesar de sus miserias y sus equivocaciones. Porque los personajes de Tierra sin hombres están marcados por un destino implacable. Nadie escapa a la maldición de la tierra, pero todos mantienen en lo más profundo de sí mismos la esperanza que puede llegar a salvarlos de sí mismos.

 

Un secreto, dos amores, una promesa y una venganza

 

Primera década del siglo XX en una Galicia marcada por la emigración, por el sueño de las Américas, por hombres ausentes y mujeres fuertes y tenaces. Sabela es una niña rara que nunca ha llorado, Elisa, su hermana, es bella y dulce, pero guarda en su interior una rebeldía que nunca hubiera imaginado poseer. Eloy es un adolescente poco agraciado e inteligente, el primero en sacarse el bachillerato en la aldea. Los tres viven en universos que no se encuentran, juntos, pero nunca mezclados, que se miran en la distancia como seres de otro mundo, inalcanzables, silenciosos, especiales.

Rosalía, la madre de Elisa y Sabela, ha perdido al marido en el mar, como tantas otras, y tiene que sacar adelante a la familia con la ayuda de su cuñado, Manuel, sordo y bueno, una relación que la gente de la aldea critica desde siempre. No en vano, la familia duerme en lo alto de la cuadra, todos en la misma estancia separados por cortinas. Y eso no es decente para las mentes “bien pensantes“del lugar.

Pero Rosalía tiene sus planes para salir de la estrechez en la que viven. Ha puesto los ojos en Eloy, hijo del pescadero del pueblo, un negocio en alza. Casará a Elisa con Eloy y Sabela se hará cargo de la granja. Una decisión que entristece a las hermanas por igual. Porque a Elisa no le gusta Eloy y Sabela, sin embargo, bebe los vientos por él.

Al abrir una tienda de quincallería y poner a Elisa al frente, Rosalía busca que Eloy se interese por su hija, lo que no tarda en suceder. Esa será la primera vez que Sabela llore, saboreando el llanto que la convierte de repente en una persona como cualquier otra. Desde ese momento, la vida de las hermanas comienza a separarse. Primero dormirán en camas distintas, después, la vida de ambas será también muy distinta.

Sabela sueña con que Eloy aparezca un día en su casa y la rescate de su destino, de esa vida oscura y triste que le ha reservado su madre. Por su parte, Elisa reza para que Eloy no la elija a ella. Las dos hermanas sufren en silencio las decisiones de Rosalía sin atreverse a contradecirle ni a decirle la verdad.

A partir del día en que Eloy invita a Elisa a bailar en las fiestas del pueblo, Sabela deja de hablar a su madre y a su hermana. Cumple sus obligaciones en silencio y no participa en la vida familiar. Las mariposas que sentía en el estómago se convertirán para siempre en un hormigueo cargado de bilis.

Eloy, que siempre ha estado enamorado de Elisa, no puede creer que una mujer así se haya fijado en él, mientras ella llora desconsoladamente cuando el compromiso se formaliza. No le quiere y cree que nunca le querrá. Pero poco a poco, sin embargo, se empieza a acostumbrar a él, a su dulzura con ella, a su paciencia, a su candor.

Es entonces cuando Elisa conoce a Martín, un minero cuya fama de seductor ha traspasado las fronteras del concejo; es el más elegante, atractivo y divertido. Muy pronto, y como era inevitable, comienza a rondar a Elisa con unas artes que la dejan indefensa.

Cuando Elisa consiente en encontrarse con Martín en una playa apartada sabe que su destino está marcado, que no puede hacer nada por aplacar el fuego que Martín ha conseguido encender en su cuerpo. Aunque no es solo Elisa quien siente esa pasión inesperada. También Martín, el seductor, ha sucumbido ante la fuerza oculta de Elisa. Por primera vez en su vida está enamorado.

Después de tres meses de verse a escondidas Elisa, embarazada de Martín, rompe por fin con Eloy. Nadie sospecha que ha sido Sabela la que ha estado urdiendo un plan perfecto para conseguir que Elisa se case con Martín en una boda precipitada. Rosalía asiste a la boda, impotente, con una sonrisa de circunstancias, pero rumiando su odio. Se vengará de Martín, aunque sea lo último que haga en la vida.

Al cierre de la mina, Martín se queda sin trabajo y, finalmente, decide emigrar a Cuba, junto a sus hermanos. Elisa y Martín han vivido juntos solo onces meses y Elisa presiente que ese es el final, que nunca regresará a la casa que compartió con su marido. Vuelve a vivir con su familia pero, al poco tiempo, se descubre que Sabela está embarazada. Todos en el pueblo afirman que es de Martín y ella, aunque lo desmiente, no lo hace con la convicción suficiente. Sabela guarda un secreto que nunca podrá revelar porque afecta a los que más quiere, y ha jurado no confesar nunca el nombre del hombre que la violó en aquella playa sin luna.

Sin decir una palabra más, creyéndose traicionada por su hermana y su marido, Elisa abandonará la aldea para siempre, embarazada de seis meses, sin volver atrás la mirada.

A partir de aquí, la vida de Elisa, Martín, Eloy y Sabela discurrirán por caminos inesperados, mientas una mano oculta dirige sus destinos sin que ninguno sea consciente de ello. “ Lo que iba a suceder estaba escrito de antemano. Inevitable. Prohibido. Fatal .”

 

 

Personajes trágicos en un entorno lleno de magia y supersticiones

Una obra con vocación de clásico moderno

 

Era cierto que el alud había aplastado su casa, pero a veces hay que convertirlo todo en escombros para volver a construir. Y ella lo había logrado. Había luchado y vencido. Había moldeado el destino de los suyos como un muñeco de cera, y lo había puesto a caminar

 

Rosalía es como un factótum que a base de silencios, mentiras y tergiversaciones mueve los hilos de la vida de sus hijas para conseguir que sus planes se hagan realidad. Ella es verdugo y víctima de sus propios demonios y ha tenido que luchar contra las habladurías para terminar utilizándolas en su propio beneficio.

 

Elisa y Sabela, tan distintas y tan iguales, son dos caras de la misma moneda. Tanto Sabela como su madre carecen de la facultad de sentir dolor, por eso Sabela nace sin llorar y no llora hasta sentir lo que es la pérdida. No lloró al nacer y no llora en el parto de su hija, lo que le vale el apelativo de bruja. Impactante metáfora creada por la autora para ilustrar el sufrimiento silencioso y secular de las mujeres.

Elisa representa la fortaleza silenciosa, constante, la mujer que no se deja vencer, que lucha contra la adversidad, contra un destino marcado desde su nacimiento. Una madre coraje que toma las riendas de su vida a pesar de las presiones del entorno y de sí misma.

La autora nos habla de una vida condicionada por el qué dirán, por las convenciones, las supersticiones, las envidias y las mentiras. Una vida sin maridos, perdidos por el mundo en busca de fortuna. Una vida que no sería posible sin el paisaje, los sabores, olores y tradiciones de una tierra dura, bella, salvaje y exigente que tan magníficamente son descritos en esta novela.

Es la historia de un secreto, de una promesa, de una venganza urdida lentamente, implacablemente... Es también la historia de amores apasionados y trágicos, de amores no correspondidos y amores malogrados... La historia de mujeres inmensas y terribles como el mar, valientes y fuertes también, trabajadoras infatigables, madres posesivas. Una historia de emociones primitivas, intensas, terribles. El amor, los celos, el rencor y la venganza. Una historia que destila autenticidad.

Un novela de personajes en una huida constante. Todos huyen de sí mismos y del destino que les ha tocado en suerte. Los personajes masculinos representan la ausencia, los hombres que se marchan a “hacer las Américas” y nunca se sabe si volverán; y los femeninos, la soledad de aquellas mujeres a las que Rosalía de Castro llamó “viudas de vivos”, mujeres que han de vivir en una tierra sin hombres, esperándoles siempre, frente a un mar que, más que el símbolo de una esperanza, se convierte en un muro, una frontera que las separa de los suyos.

Y todos los personajes se rigen por la Ley del Talión, la ley de los juramentos, de la crueldad como forma de vida y de relación entre las personas. Las apariencias antes que el amor, el rencor antes que el perdón.

Nos habla Inma Chacón de un mundo de represión, desde el confesionario, donde el cura lanza las directrices que mantienen a las mujeres sumisas y obedientes, sin mostrar nunca sus deseos, ni siquiera al marido, hasta la represión de los propios vecinos que están al acecho de cualquier desvío de la norma.

Porque otro de los protagonistas indiscutibles de esta novela es el pueblo como entidad, una especie de coro griego que augura desgracias y vigila acontecimientos tras la puerta del prejuicio y la superstición. Esa “voz del pueblo” inclemente que no perdona la trasgresión y castiga con fiereza de bestia salvaje a quienes osan retar las tradiciones. La mirada de la aldea, condenatoria y mezquina.

 

Nos habla también de las curanderas como guardianas del saber ancestral, como auxilio sempiterno de las mujeres frente a la dictadura patriarcal. Paridoras, remendadoras de virgos, parteras y también aborteras, supersticiones milenarias que se entrelazan con la brujería, pero también con la maternidad.

Pero la novela de Inma Chacón es mucho más. Es una historia de deseos reprimidos que respiran en pasajes de una gran sensualidad. Una prosa bella en ocasiones, descarnada en otras, que transita con maestría por las pasiones siempre reprimidas de sus protagonistas. Un paisaje omnipresente, unas descripciones magníficas y, sobre todo, un lenguaje rico y poético; Chacón lleva a cabo una sorprendente labor lingüística que asimila modismos y cadencia del habla gallega sin resultar en ningún momento artificial, toda vez que la autora ha tenido que incorporar a su estilo un habla que le es ajena.

Una obra que trasciende su tiempo y su espacio y tiene vocación de clásico moderno. Una bella y trágica novela que se lee con la misma pasión que marca a sus protagonistas.